En esta editorial deseo plantear una pregunta. Esa que muchas veces nos hacemos y de cuyas respuestas depende el grado de compromiso y el modo que adoptemos para llevar adelante nuestra vocación docente y cristiana.
Editorial julio 2019
¿PARA QUÉ EDUCAMOS?
Queridos educadores:
En esta editorial deseo plantear una pregunta. Esa que muchas veces nos hacemos y de cuyas respuestas depende el grado de compromiso y el modo que adoptemos para llevar adelante nuestra vocación docente y cristiana.
La pregunta es ¿para qué educamos? Ésta apunta al sentido propio de nuestra vocación. Cuando tenemos acceso a libros o revistas de Educación encontramos que existe una gran variedad de temáticas y preocupaciones que dan sentido a la tarea educativa. Lo mismo sucede en el ámbito docente. Si preguntamos a cada uno en particular encontraremos una gran variedad de respuestas, algunas complementarias y tal vez algunas muy dispares.
Para responder a este interrogante trataré de partir de algo que creo que es un denominador común: educamos para formar personas integralmente. Es decir, ayudarlos a que crezcan en humanidad, inteligencia, amor, fe, valores, hábitos, habilidades, sentimientos, voluntad, creatividad, etc. Es decir promover una educación que lleve a la plenitud de la humanidad. Desde la mirada de una educación católica equivale a hablar de lo plenamente humano. Por lo tanto tendrá que incluir a todos, y acompañar el proceso de crecimiento de todos hacia la plenitud humana y cristiana.
Esta tarea debe partir desde una comunidad educativa, en la que docentes, estudiantes, padres y todos los demás agentes educativos, puedan ser protagonistas del proceso educativo.
El Papa Francisco[1] señala que para lograr proyectos educativos originales hace falta obedecer a tres criterios esenciales. La identidad, la calidad y el bien común.
La identidad. Exige coherencia y continuidad con la misión de las escuelas, que han sido creadas, promovidas y acompañadas por la Iglesia y que están abiertas a todos. Dichos valores son fundamentales para seguir el surco trazado por la civilización cristiana y por la misión evangelizadora de la Iglesia. Esta identidad es una riqueza que no podemos perder y que debemos ofrecer a la sociedad. Así podremos dar respuestas actualizadas a los dilemas del presente, teniendo una mirada preferencial por los más necesitados.
Otro aspecto esencial es la calidad. Esta es guía segura para iluminar cualquier iniciativa de estudio, de investigación y de educación. Se trata de desarrollar “polos de excelencia interdisciplinares” como piden los documentos eclesiales.
Por último se debe buscar el bien común. Si bien es dificil definirlo actualmente, ya que muchas veces prima la conveniencia de algunos sobre lo que hace bien a todos, es necesario ampliar los horizontes del bien común, educar a todos para que se sientan parte de la familia humana y se pueda lograr la paz y la integración de los más vulnerables a una vida digna.
Al finalizar esta etapa
del año y preparándonos para el segundo semestre les deseo que puedan renovar
su vocación de docentes cristianos.
[1] Estas ideas están tomadas del libro “El proyecto educativo de Francisco” publicado por el CIEC y Santillana y que se puede descargar gratuitamente de la página del CIEC.